“Para esta noche” --novela de Juan Carlos Onetti (1943)
Prólogo a la primera edición
En
muchas partes del mundo había gente defendiendo con su cuerpo diversas convicciones
del autor de esta novela, en 1942, cuando fue escrita. La idea de que solo
aquella gente estaba cumpliendo de verdad un destino considerable, era
humillante y triste de padecer.
Este
libro se escribió por la necesidad
--satisfecha en forma mezquina y no comprometedora—de participar en
dolores, angustias y heroísmos ajenos. Es, pues, un cínico intento de
liberación. (Juan Carlos Onetti)
Fragmento
“La mujer terminó de arreglarse el peinado frente al espejo
del ropero, dejó caer el brazo, cruzó el dormitorio golpeando en cortos pasos
con los altos tacones de sus zapatos nuevos, se alisó la enagua apretando los
muslos y levantó el vestido de seda oscura, mirando desde la cama, una rodilla
apoyada en el colchón; otra vez su cuerpo pequeño en enaguas en la luna del
ropero y se sonrió pensando: «Soy yo, soy yo. Esa que está ahí con los brazos
blancos y desnudos soy yo con los senos sostenidos y mi cuerpo lleno de
perfume». —Soy yo —murmuró, pero no
acababa de comprender que era ella misma otra noche metida en el espejo,
esperando; y mientras iba y venía, dando pasos y vueltas en la interminable
tarea de vestirse y acariciarse el busto con la blanda borla de los polvos y
perfumarse con el vaporizador los senos, los costados y la piel todavía
infantil de los huecos de atrás de las orejas, su oído estaba siempre rodeando
la puerta pintada de color roble, como un reflector de luz que girara buscando
en la puerta y alrededor de la puerta, más aquí, ya en la alfombra cuadrada que
unía la puerta con la cama, la mesa, el tocador, y también más allá de la
puerta del dormitorio, buscando sin reposo en los ruidos de la noche del patio,
en la noche de la calle y otra vez vigilando los ruidos que rodeaban la puerta,
examinándolos, inclinando su oído como un reflector de intensa luz sobre cada
pequeño o gran ruido para desecharlo enseguida, con tristeza, con una leve
agitación de la angustia en su cuerpo. Ya vestida con su traje oscuro de noche
volvió a mirarse al espejo y levantó la cabeza, se miró los dientes, los ojos,
el rosa de las mejillas; removió las manos con sus anillos y el encaje que
escondía las muñecas y ya sin pretextos fue a sentarse junto a la mesa, bajo la
luz ahogada de la pantalla, moviendo las manos envejecidas y los pálidos
recuerdos, hasta que el primer aire de la noche muerta vino a moverle los
mechones de pelo gris sobre las sienes y en lo alto de la cabeza, desde una
lejanía de caballadas, detonaciones, gritos, y la vibración regular de los
motores. Entonces ya no quiso volver a mirar la puerta y esa noche también
comenzó a desvestirse sola y cuando estuvo desnuda sintió que se le mojaba la
cara y tampoco quiso verse el cuerpo en el espejo, mirando solamente el sitio
de la gruta que había estado ahuecando en las horas con los viejos recuerdos”.
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Juan Carlos Onetti |
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