domingo, 7 de marzo de 2021

FOTOGRAFIAS

jueves, 11 de febrero de 2021

LA NOVELA DEL PRÍNCIPE por Jorge Martínez


 

La novela del príncipe

 Publicado en La Capital, de Mar del Plata el 04.11.2018


Sesenta años atrás se publicaba en Italia "El Gatopardo", de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa. Pese a ser una de las grandes creaciones literarias del siglo XX, la obra fue rechazada por varias editoriales y estuvo a punto de caer en el olvido. Sus temas y su aristocrático autor desconcertaron al mundo cultural de su tiempo.




  • El príncipe

    EL la literatura.



Sesenta años atrás, el 11 de noviembre de 1958, la editorial Feltrinelli publicaba El Gatopardo. Con ese gesto salvaba casi in extremis el prestigio del mundo editorial italiano, que había estado a punto de condenar al ostracismo a la que tal vez sea la mejor novela aparecida en la península en el siglo XX, y una de las más grandes escritas en cualquier idioma en el mismo período.

Poco faltó para que se consumara el desastre. El anacronismo del tema y el estilo de la novela; la oscuridad de su autor, que para peor, era un príncipe siciliano sin ningún antecedente literario; la moda de la literatura comprometida y el auge del neorrealismo; el clima intelectual dominado por la interpretación marxista del progreso histórico: todos esos factores se habían coaligado para sabotear la publicación de una indudable obra maestra.

Pero visto a seis décadas de distancia, lo más asombroso del rechazo es que dejara de lado la evidente calidad del libro, que salta a la vista desde la primera página, casi en la primera línea. Son tantas las virtudes de la escritura y tan escasos los defectos que cuesta ponerse en la piel de los editores, algunos de ellos hombres de letras muy distinguidos como Elio Vittorini, que vetaron la salida del prodigio.

MERITOS

Los méritos de El Gatopardo son llamativos, incluso en relectura y a pesar del paso del tiempo, y por eso no es fácil definir su mayor encanto. Por un lado está la trama histórica centrada en la expedición de Garibaldi a Sicilia en mayo de 1860 y el comienzo de la unificación italiana, es decir, el venerado y discutido Risorgimento. Luego, el estilo, que es a la vez exacto y sensorial, y que se halla en perfecta armonía con la historia que cuenta. Es un refinamiento que brilla en las vívidas descripciones de paisajes, ciudades, construcciones, alimentos y animales (cómo olvidar al perro Bendicó˜). Y que alcanza la cumbre en la pintura de los personajes encabezados por el príncipe Fabrizio, el protagonista absoluto del que se vale el autor para contar la novela a través de sus acciones, pensamientos y reflexiones, y es el símbolo cabal de ese pintoresco mundo antiguo que se derrumbaba ante los vientos de la modernidad.

La gama de recursos y la precisión casi infalible con que se los emplea desconcertó desde siempre a los críticos. Casi tanto como el hecho de que el ejecutor de la proeza fuera un sexagenario que con esta obra hacía su debut en la literatura. El príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa, último descendiente de una arruinada familia de la nobleza, había abrigado por veinte años la idea de la novela hasta que a mediados de 1954, después de asistir a un congreso literario junto con el poeta Lucio Piccolo, primo suyo, se animó por fin a probar suerte en la escritura. Lo hizo espoleado por el éxito que había tenido un libro de Piccolo, a quien consideraba un talento inferior, y por la decepción que le causaron algunas de las figuras de las letras peninsulares con las que se cruzó en las sesiones (entre ellos, Eugenio Montale).

Lampedusa tenía entonces 57 años. Hasta ese momento sólo había escrito un puñado de artículos, las anotaciones de su diario personal y los resúmenes de las clases informales de historia y letras europeas que dictaba a un grupo selecto de alumnos. Era, eso sí, un hombre culto y refinado, que dominaba seis idiomas y que parecía haber leído y analizado toda la literatura occidental a lo largo de una vida solitaria y taciturna, apenas interrumpida por su matrimonio -tardío para aquella época- con la psicoanalista letona Alessandra Wolff. 

A partir de 1954 dedicó a la novela los últimos 30 meses que le quedaban de vida. Escribía casi todos los días en la biblioteca de su casa en Palermo o en un café cercano. Su primera inspiración, acaso dictada por el Ulysses, fue contar un día en la vida de un bisabuelo que había sido aficionado a la astronomía. Pero pronto la abandonó, convencido de que no tenía el talento de Joyce.

Sin embargo, el primer capítulo, que en efecto se ciñe a un día en la vida del imaginario Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, fue el que más pulió y revisó durante al menos cuatro meses antes de pasar a los demás.

SENTIDO OCULTO

Fue un avance trabajoso, que interrumpió para componer un boceto de autobiografía y un par de relatos. El primer borrador de la novela lo concluyó el 8 de marzo de 1956. Pero siguió escribiendo y hasta agosto de ese año fue sumando capítulos intermedios hasta llegar a la cifra de ocho que figurarían en la obra concluida. Lampedusa estaba "razonablemente seguro del valor de su libro" aunque tenía "reservas sobre ciertos pasajes", observó su biógrafo inglés, David Gilmour, autor de

El último gatopardo (Siruela, 1994). Más tarde explicó a un amigo que (el libro) era "irónico, amargo" y que había que "leerlo con gran atención porque he sopesado cada palabra y todos los episodios tienen un sentido oculto".

El consejo vale sobre todo para analizar al protagonista. Aunque inspirado en un lejano pariente, el Fabrizio de la novela comparte el escepticismo de su creador y su visión pesimista de la vida en general y del destino de Sicilia en particular, que es el blanco de sus condenas más crueles ("los sicilianos no querrán nunca mejorar por la simple razón de que creen que son perfectos; su vanidad es más fuerte que su miseria"). Pero suele olvidarse que no es él quien pronuncia la frase más famosa del libro, aquella que se convirtió en credo de los cínicos y los oportunistas de la política y de la historia: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".

El que la dice es Tancredi, sobrino favorito de Fabrizio y la encarnación de los ideales de cambio y libertad que, supuestamente, deberían ser la contracara de los valores tradicionales que representa el príncipe.

Lampedusa murió en julio de 1957, víctima de un cáncer de pulmón, más de un año antes de que viera la luz la obra que lo encumbraría en las letras universales. Se fue a la tumba informado de las ingratas noticias de los rechazos del manuscrito, primero en Mondadori, y luego en Einaudi, y en ambos casos por intervención de Vittorini. La segunda vez, el hombre que, según Gilmour, se veía "como molde de la literatura italiana de posguerra, un profeta del neorrealismo y la experimentación", objetó la novela por "ensayística" y desequilibrada, además de porque el tono y el lenguaje eran "bastante anticuados".

El Gatopardo parecía condenado al olvido. Pero en marzo de 1958 el escritor Giorgio Bassani, editor en Feltrinelli, se comunicó con la viuda de Lampedusa para informarle que el sello quería publicar la obra. Bassani había recibido una copia mecanografiada del libro que desde el año anterior estaba en poder de Elena Croce, hija del filósofo y agente literaria.

"Desde la primera página me he dado cuenta de que me encontraba ante la obra de un verdadero escritor -confió Bassani en carta a la viuda-. Al ir avanzando, me he convencido de que el verdadero escritor también era un verdadero poeta". 

La novela salió el 11 de noviembre. Quince días después apareció en La Stampa, con la firma de Carlo Bo, la primera de una larga serie de críticas elogiosas. En julio de 1959 El Gatopardo obtuvo el premio Strega, el más importante de las letras italianas. Especialistas y lectores comunes coincidían en alabar la creación del difunto Lampedusa. Pero el reconocimiento no era unánime.

Los neorrealistas y la izquierda italiana en general seguían sin convencerse. Vasco Pratolini vio en la obra del príncipe una regresión literaria y Alberto Moravia la tachó de derechista. Tampoco Leonardo Sciascia pudo aceptarla en un principio (aunque después cambió de opinión). Y Vittorini, desconcertado, continuó tratando de justificar -sin éxito- su doble negativa a publicarla.

Mayor perspicacia demostraron algunos extranjeros. El escritor comunista francés Louis Aragon superó los prejuicios y tomó distancia de la crítica ideológica. A su juicio, El Gatopardo era "una de las grandes novelas de este siglo, una de las grandes novelas de todos los tiempos, y tal vez...la única novela italiana". Más sucinto, uno de los autores favoritos de Lampedusa, el inglés E. M. Forster, alabó el "noble libro" del príncipe siciliano y opinó que no era "una novela histórica" sino "una novela que pasará a la historia". Y así fue.

(Foto: El principe Giuseppe Tomasi di Lampedusa a sus 57 años, tres años después dejaría este mundo sin ver su única novela editada)

domingo, 22 de abril de 2018

“Para esta noche” --novela de Juan Carlos Onetti (1943)





Prólogo a la primera edición

               En muchas partes del mundo había gente defendiendo con su cuerpo diversas convicciones del autor de esta novela, en 1942, cuando fue escrita. La idea de que solo aquella gente estaba cumpliendo de verdad un destino considerable, era humillante y triste de padecer.
                Este libro se escribió por la necesidad  --satisfecha en forma mezquina y no comprometedora—de participar en dolores, angustias y heroísmos ajenos. Es, pues, un cínico intento de liberación.    (Juan Carlos Onetti)

Fragmento

“La mujer terminó de arreglarse el peinado frente al espejo del ropero, dejó caer el brazo, cruzó el dormitorio golpeando en cortos pasos con los altos tacones de sus zapatos nuevos, se alisó la enagua apretando los muslos y levantó el vestido de seda oscura, mirando desde la cama, una rodilla apoyada en el colchón; otra vez su cuerpo pequeño en enaguas en la luna del ropero y se sonrió pensando: «Soy yo, soy yo. Esa que está ahí con los brazos blancos y desnudos soy yo con los senos sostenidos y mi cuerpo lleno de perfume».   —Soy yo —murmuró, pero no acababa de comprender que era ella misma otra noche metida en el espejo, esperando; y mientras iba y venía, dando pasos y vueltas en la interminable tarea de vestirse y acariciarse el busto con la blanda borla de los polvos y perfumarse con el vaporizador los senos, los costados y la piel todavía infantil de los huecos de atrás de las orejas, su oído estaba siempre rodeando la puerta pintada de color roble, como un reflector de luz que girara buscando en la puerta y alrededor de la puerta, más aquí, ya en la alfombra cuadrada que unía la puerta con la cama, la mesa, el tocador, y también más allá de la puerta del dormitorio, buscando sin reposo en los ruidos de la noche del patio, en la noche de la calle y otra vez vigilando los ruidos que rodeaban la puerta, examinándolos, inclinando su oído como un reflector de intensa luz sobre cada pequeño o gran ruido para desecharlo enseguida, con tristeza, con una leve agitación de la angustia en su cuerpo. Ya vestida con su traje oscuro de noche volvió a mirarse al espejo y levantó la cabeza, se miró los dientes, los ojos, el rosa de las mejillas; removió las manos con sus anillos y el encaje que escondía las muñecas y ya sin pretextos fue a sentarse junto a la mesa, bajo la luz ahogada de la pantalla, moviendo las manos envejecidas y los pálidos recuerdos, hasta que el primer aire de la noche muerta vino a moverle los mechones de pelo gris sobre las sienes y en lo alto de la cabeza, desde una lejanía de caballadas, detonaciones, gritos, y la vibración regular de los motores. Entonces ya no quiso volver a mirar la puerta y esa noche también comenzó a desvestirse sola y cuando estuvo desnuda sintió que se le mojaba la cara y tampoco quiso verse el cuerpo en el espejo, mirando solamente el sitio de la gruta que había estado ahuecando en las horas con los viejos recuerdos”.
Juan Carlos Onetti

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sábado, 17 de febrero de 2018

“Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas”. De Domingo Faustino Sarmiento

Facundo Quiroga


LIBROS Y LECTORES

“Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas”. De Domingo Faustino Sarmiento

 “ ¡Sombra terrible de Facundo voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: revélanoslo”.
Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas es un libro escrito en 1845 por el educador, periodista, escritor y político argentino, Domingo Faustino Sarmiento, durante su segundo exilio en Chile. Sarmiento fue una figura controversial, (desde sus inicios políticos y hasta hoy día es motivo de polémicas, por historiadores y políticos) que llegara a la presidencia de la nación. 
Es asimismo uno  de los principales exponentes de la literatura hispanoamericana. La obra resulta fundamental por sus acertados análisis del acontecer político, económico y social de la América Hispana, de sus planes a futuro, de  sus potenciales y la instauración del progreso y la modernización.  Está escrito en un lenguaje ameno y convincente, de interesante valor literario 
Se comenzó a publicar por entregas en un diario chileno llamado “El Progreso” y a poco, por su importancia su editó en un solo volumen y clandestinamente llegó a la Argentina y se convirtió en en una proclama para la opinión pública nacional.
 Como lo indica su título, en el texto, Sarmiento explora los conflictos que surgieron en Argentina una vez alcanzada la Independencia política en 1816. El libro muestra la vida de Juan Facundo Quiroga, un caudillo y definitivamente un personaje. Es militar y político gaucho miembro del Partido Federal, que se desempeñó como gobernador de la provincia de La Rioja durante las guerras civiles argentinas en las décadas 20 y 30 del Siglo XIX.
 Sarmiento en el texto explora la dicotomía entre la civilización y la barbarie.  La civilización se manifiesta mediante Europa, Norteamérica, las ciudades, los unitarios, el general Paz y Rivadavia»,​ mientras que «la barbarie se identifica con América Latina, España, Asia, Oriente Medio, el campo, los federales, Facundo y Rosas.​ Es por esta razón que Facundo influyó hondamente en la visión de una realidad fragmentada. Según algunos autores, el diálogo entre la civilización y la barbarie lo ubican, como el conflicto primordial en la cultura latinoamericana, Facundo le dio forma a una polémica que comenzó en el periodo colonial y que continúa hasta el presente».​
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Transcripción del
Capítulo XIII de Facundo “Barranca Yaco”.

(En este capítulo se relata el atentado que provoca la muerte de Quiroga)

Quiroga vence en la batalla de Ciudadela, empujando fuera de la Argentina a los unitarios. Con ellos el federalismo desaparece. Al mismo tiempo, Rosas ha vencido en Buenos Aires a Lavalle. Quiroga queda sin gobernar ninguna provincia, sin ejército en armas. Sólo le queda un nombre temido en ocho provincias y armas enterradas en bosques riojanos. La Rioja es el lugar central de su influencia.

Antes de asumir el gobierno de la provincia de buenos Aires Rosas exige ser investido de facultades extraordinarias. Si bien se le ofreció resistencia, las obtuvo. Nadie podía gobernar una provincia y una ciudad desestabilizada por manos misteriosas (rosistas). Rosas justificó su requerimiento diciendo que para lograr el orden y el control él necesitaba tener un chicote como el maestro de grado, para que los alumnos lo respetaran.

Geografía política de la Argentina desde 1822:
Unidad bajo la influencia de Quiroga: Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, San Luis, Mendoza. (Región andina).
Federación bajo el pacto de la Liga Litoral: López (tiene Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba); Ferré (Corrientes) y Rosas (Buenos Aires).
Por otro lado, quedaba Ibarra en Santiago del Estero bajo la federación feudal.

La guerra que iban a hacerse las dos fracciones de la república, los dos caudillos que se disputaban sordamente el mando iba a ser de emboscadas, de lazos y de traiciones. Un combate mudo en el que se mediría la audacia de uno, y la astucia y trampa del otro. Esta lucha entre Quiroga y Rosas abraza un período de cinco años aunque no sale a la luz. Ambos se detestan porque cada uno de ellos siente que del resultado de este juego terrible dependen su vida y su provenir.

Rosas organiza una expedición al Sur. Una vez finalizada, Facundo marcha a Buenos Aires y entra en la ciudad sin anunciar su llegada. Esto es un poco una invasión sobre el centro de poder de su rival, y otro poco, la atracción que el lujo y la civilización han despertado en Quiroga. Facundo llega a la ciudad poco después de la caída de Balcarce.

La otra visita de Facundo a Buenos Aires: el poder educa. Facundo establecido en la ciudad, se rodea de hombres notables. Habla con desprecio de Rosas. Se declara unitario entre los unitarios y la palabra “constitución” no abandona sus labios. Justifica sus actos de barbarie pasados por la necesidad que tenía de vencer, de sobrevivir. Su conducta es mesurada, su aire noble. (Aunque no abandona el poncho ni la barba). Por otra parte, refrena sus impulsos de pelearse a cuchillo, porque es conciente de que hay allí un poder superior al suyo (no sólo el de su enemigo, sino también el de las instituciones) y que pueden meterlo en la cárcel. Manda sus hijos a los mejores colegios, ellos visten frac y levita. Incluso llega a declarar: “los únicos hombres honrados que tiene el país son Rivadavia y Paz”.

Quiroga, pues, se presenta como una nueva tentativa de organizar la República. Sin embargo, la falta de hábito de trabajo, la pereza del pastor, la costumbre de esperarlo todo del terror, lo paralizan y lo entregan maniatado a su rival.

En 1835 surge un conflicto entre los gobiernos de las provincias del Norte que podía hacer estallar la guerra. Rosas invita a Facundo para que influya y apague las chispas. El 18 de diciembre de 1835, facundo sale de Buenos Aires en misión de paz. Facundo intuye que algo malo pasa. Ni bien sale de la ciudad y se interna en la campaña, la galera empieza a tener problemas. Facundo azota al maestro de posta. La brutalidad y el terror vuelven a aparecer desde que se halla en el campo. Avanza por la pampa y en cada posta pregunta si un chasque ha pasado antes. Así se entera de que ese vehículo está adelantado unas horas en relación con el suyo.

 Facundo apura la marcha. Se encuentra asustado. Al llegar a Córdoba, la gente le habla del peligro inminente que se suspende sobre su cabeza. Todo Córdoba sabe los detalles del crimen que el gobierno intenta. La muerte de Quiroga es el asunto de todas las conversaciones. Jamás se ha premeditado un atentado con más descaro.
Quiroga llega, al fin, a destino y arregla las diferencias entre los gobernadores hostiles. Se le ofrece una gran escolta para que lo acompañe de regreso y le recomiendan tomar el camino de Cuyo. Quiroga rechaza esto, quiere desafiar a sus enemigos. Toma el camino para volver a Córdoba.
 En el trayecto un niño detiene el chasque en el que van Quiroga y su secretario, el doctor Ortiz. El niño les dice que en Barranca-Yaco está apostado Santos Pérez con una partida. Las órdenes son que nadie escape. Facundo tranquiliza al muchacho y a su secretario, y dice: “No ha nacido todavía el hombre que ha de matar a Facundo Quiroga”, él piensa que con un grito suyo la partida se pondrá a sus órdenes y desistirá del intento de asesinato. El orgullo y el terrorismo llevan a Facundo a desafiar la muerte. Esa noche, mientras su secretario está desvelado por el temor, Quiroga bebe chocolate y se duerme profundamente. Ortiz lo despierta y le pide que no se haga matar inútilmente. Facundo lo tranquiliza una vez más.
Llega el día. Lo acompañan el postillón, el secretario, el niño, dos correos y el negro que va a caballo.
 En Barranca-Yaco dos balas atraviesan la galera, Quiroga se asoma y al preguntar “¿Qué significa esto?”, recibe como respuesta un balazo en el ojo que lo mata. Santos Pérez asesina a todos ante el llanto asustado del niño. Cuando concluye, pregunta por el infante. Un sargento le dice que es su sobrino. Santos Pérez mata al sargento y degüella al niño. Esta muerte será la única que martirizará a santos Pérez hasta que muera.

Descripción de Santos Pérez: es un gaucho malo de la campaña de Córdoba, un vicioso y un asesino. Era alto, hermoso de cara, de color pálido y barba negra y rizada. Siempre fue perseguido por al policía. Al final, lo cogieron en Córdoba por una venganza femenil. El día que entró en Buenos Aires una enorme muchedumbre gritaba: ¡muera Santos Pérez!. Al bajar del carro que lo conducía al patíbulo, él gritó: ¡Muera el tirano!

El gobierno de Buenos Aires (Rosas) dio un apartado solemne a los asesinos de Juan Facundo Quiroga. Se expuso la galera ensangrentada y distribuyó el retrato de Quiroga. Es necesario que la historia imparcial señale con su dedo al instigador de los asesinos.

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domingo, 11 de febrero de 2018

“El libro perdido de Jorge Luis Borges”. Mempo Giardinelli




LIBROS Y LECTORES

Una historia muy borgeana de Mempo Giardinelli sobre Jorge Luis Borges. El cuento está incluido en el volumen Estación Coghan y otros cuentos, de Ediciones B, cuyo título publicamos.
Mempo Giardinelli, nació 1947 y vive el El Chaco, Argentina. Narrador, ensayista y periodista. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha recibido importantes galardones. Fue merecedor en 1993 del premio Rómulo Gallegos. Entre 1976 y 1984 vivió en Mexico en su exilio. Allí fue fundador y director de la revista “Puro Cuento”. Participó en 1996 en los “Foros Internernacionales por el fomento del libro y la lectura. Entre sus obras se destacan “La revolución de la bicicleta”, “Santo oficio de la memoria”, “Luna caliente”, “Imposibe equilibrio”, “Visitas después de hora”, Estación Coghlan” y otros.

“El libro perdido de Jorge Luis Borges”
Por Mempo Giardinelli.
                                                          Nunca conté esto antes, y ahora mismo no sabría explicar por qué. Creo que fue a fines de 1980, durante un vuelo entre la Ciudad de México y Nueva York. En el mismo avión viajaba Jorge Luis Borges, aunque él lo hacía en primera clase, por supuesto. En algún momento me atreví y le pedí a la comisaria de a bordo que me permitiera sentar al lado de él durante unos minutos. Accedió con esa proverbial simpatía de las mexicanas, y hasta me convidó a una copa de vino. Borges tenía los ojos cerrados y sobre su falda descansaba una carpeta de cuerina color obispo. Parecía rezar, aunque tratándose de él uno debía suponer que estaba componiendo o recitando un poema. Fue muy amable conmigo y cuando me presenté como compatriota dijo, sonriente: -Quizá no sea casualidad que dos argentinos nos encontremos a tanta altura. Ya ve cómo nos cuesta tener los pies sobre la tierra.
Me preguntó en qué podía servirme y le respondí que simplemente no quería dejar pasar la ocasión de saludarlo y le conté, brevemente, que acababa de publicar un cuento titulado «La entrevista» en el que yo imaginaba que él, Borges, llegaba a los 130 años de edad sin ganar el Premio Nóbel y un editor norteamericano de voz meliflua me encargaba a mí, para entonces un viejo cronista jubilado de ochenta y pico de años, que lo entrevistara.
Naturalmente, Borges no se interesó por mi ficción, pero sí inquirió acerca de mi interés en él: quiso saber qué obras yo había leído, o cuáles conocía, al menos. Me di cuenta que le importaba distinguir a un cholulo de un lector, de modo que le conté que lo había leído completamente gracias a un torneo de escritores. Sin dudas lo halagué y desperté su curiosidad. Entonces le referí la breve historia de mis años de trabajo en la vieja Editorial Abril, donde además de una excelente escuela de periodistas había decenas de buenos poetas y narradores y casi todos jugaban bastante bien al ajedrez. Mencioné, por supuesto, a muchas distinguidas plumas de entonces, comienzos de los setenta, y comenté que todos lo habían leído y querían ganar el premio que la editorial había dispuesto para el campeonato de aquel grave año de 1975: sus Obras Completas. Pero quiso el azar (le dije, sabedor de que le encantaría tal atribución) que campeonato y premio los ganara yo, un jovencito infatuado que por entonces privilegiaba a la Revolución por sobre la Literatura y no lo había leído por puros prejuicios juveniles. -Quizá usted tenía razón -me reconvino-. Fue el año en que yo dije que Pinochet y Videla eran dos caballeros. Un desatino del que hoy me avergüenzo.
De todos modos, era imperdonable que siendo yo entonces un joven aspirante a narrador no lo tuviese leído y bien leído, así que le conté que de inmediato había subsanado mi falta y le manifesté mis preferencias. En un momento él me interrumpió para pedirme que por favor no fuera tan superlativo, y finalmente le confesé que me llamaba mucho la atención su insistencia en mencionar textos tan inencontrables como el Nekronomikon, la Primera Enciclopedia de Tlön, El acercamiento a Almotásim, las obras de Herbert Quain tales como El Dios del Laberinto, Abril Marzo, El Espejo Secreto, etc., y sus menciones de otros autores que él solía nombrar como Joahnn Valentin Andre, Mir Bahadur Ali, Julius Barlach, Silas Haslam, Jaromir Hladik, Nils Runeberg, el chino T'sui Pen, Marcel Yarmolinsky, las confesiones de Meadows Taylor o las según él siempre oscuras, incomprensibles ideas filosóficas de Robert Fludd. Borges se rió de buena gana y me dijo, enigmáticamente: -De todos esos libros, sólo uno es verdadero. Y lo tengo escrito. Sólo atiné a mirarlo fijamente, encandilado por ese hombre delicado y magro cuya ceguera miraba mejor que nadie el infinito vacío que había del otro lado de las ventanillas, mientras acariciaba rutinariamente la empuñadora de su bastón.
El advirtió la densidad de mi silencio.
-Más aún: tengo aquí un borrador -dijo suavemente, casi un susurro-. ¿Quiere echarle una ojeada?
Me emocioné, diría, hasta el borde mismo del llanto. Le dije que por supuesto, le agradecí el gesto disimulando ineficazmente mi ansiedad, y cuando me tendió la carpeta de cuerina color obispo yo regresé a mi asiento en la clase turista, en el fondo del avión, y me sumergí en la lectura.
El texto llevaba un extraño, borgeano título que sinceramente no recuerdo con exactitud. Tonto de mí, creo confusamente que era El irregular Judas o algo así. Era una novela, o lo que yo supongo que debía haber sido la novela de Borges, mecanografiada por alguien a quien él le habría dictado. La trama era sencilla: Egon Christensen, un ingeniero danés, de Copenhague, llegaba a Buenos Aires en 1942 como jefe de máquinas de un carguero cuyo capitán no se atrevía a partir por temor a ser hundidos por los acorazados alemanes que infestaban el Atlántico Sur. Egon se radicaba cerca de La Plata, revalidaba su título de ingeniero y marchaba a Jujuy, conchabado por el Ingenio Ledesma. Su pasión era el ajedrez, admiraba a Max Euwe, y en Jujuy vivía una peripecia amorosa y otra deportiva, ambas colmadas de paradojas. Lo extraordinario, desde luego, eran su prosa, la infinita rigurosidad de vocablos, el armado preciso y despojado de la secuencia exponencial, una inevitable mención a Adolfo Bioy Casares, la retórica perfecta y sobre todo la erudición, que dejaba perplejo al privilegiado lector que yo era.
Cuando terminé, temblando de emoción y agradecimiento, le llevé la carpeta de regreso. Borges dormía, con la cabeza inclinada sobre un hombro como un capullo de algodón quebrado. Me pareció inconveniente despertarlo, y además estaba tan impresionado que sólo iba a ser capaz de decirle tonterías. Preferí depositar suavemente la carpeta sobre su regazo. Cuando llegamos al Aeropuerto Kennedy, a él lo recibió un montón de gente que subió al avión (editores o embajadores, supongo) y vi cómo se lo llevaban de prisa a un salón vip.
Al cruzar Migraciones vi también, y con espanto, que la misma carpeta de cuerina color obispo estaba en manos de un hombre muy alto, rubio, de inconfundible aspecto escandinavo. Me pareció haberlo visto en la primera clase, pero no estaba seguro y era ya un dato irrelevante: lo evidente era que le había robado el manuscrito a Borges.
Me alarmé y dudé si denunciarlo a los gritos o correr hacia el hombre para rescatar la carpeta puesto que ya no podía avisarle a Borges ni a quienes lo acompañaban. El oficial de migración me dijo no sé qué cosa y en el segundo siguiente perdí de vista al danés, porque era un danés, sin dudas. Sentí un extraño pánico que me duró todo ese día y los que siguieron. Leí con angustia los diarios de toda esa semana, esperando encontrar una denuncia, el reclamo de Borges o sus representantes. Pensé incluso que él podría acusarme de semejante atropello.
Nada. No sucedió nada y, que yo sepa, él jamás pronunció una palabra sobre el episodio. Y yo no volví a verlo hasta una noche de 1985, ya en el desexilio, cuando de la Editorial Sudamericana me invitaron a una charla de Borges sobre un libro de viajes que había escrito con María Kodama. Fui con la intención de preguntarle acerca de aquella carpeta de cuerina color obispo. Pero en un momento, ante la primera pregunta del público, él contó que una vez, durante un viaje en avión, había soñado con un tipo que se le acercaba desde la clase turista y al que él engañaba entregándole un texto apócrifo que aquel hombre jamás le devolvía.
Decidí callar, por supuesto. Borges falleció tiempo después, como todo el mundo sabe, en Ginebra. FIN

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miércoles, 31 de enero de 2018

EL EXTRANJERO (ALBERT CAMUS)



LIBROS

EL EXTRANJERO  (ALBERT CAMUS)

 (www,estantedellector.bogspot.com)

       Una novela imposible de obviarla en la literatura del siglo veinte, la obra capital de este autor francés de origen argelino, que incursionara por el periodismo e escribiera ensayos y dramaturgia. Hay mucho de filósofo en su concepción del mundo o de la vida. Sus ideas se formaron bajo el influjo de Schopenhauer, de Nietzsche y del existencialismo alemán. Esta obra fue editada en 1942, en plenas hostilidades de la Segunda Guerra y esbozada en 1937 cuando Camús estuvo internado en un hospital por problemas de tuberculosis. Anticipa el drama que constituirá la existencia humana a partir de la conflagración bélica Sobre la novela daremos una breve referencia: El protagonista, el señor Meursault, jamás se manifestará contra su ajusticiamiento ni mostrará sentimiento alguno de injusticia, arrepentimiento o lástima. La pasividad y el escepticismo frente a todo y todos recorre el comportamiento del protagonista: un sentido apático de la existencia y aún de la propia muerte. Todo ello se hace evidente en el relato el cual es literariamente perfecto y desde el punto de vista conceptual encaja dentro de lo que se dio en llamar  absurdismo. Frecuentemente se le consideró afín con el existencialismo, aunque siempre negó esa tendencia. Sus obras se consideran una denuncia que critica a una sociedad que no toma en cuenta el individuo y lo imposibilita de participar en ella.
Vargas Llosa en esta breve nota nos transmite su opinión sobre este escritor y  “El Extranjero”.
 “Con su comportamiento perturbador, Meursault muestra la precaridad y la dudosa moral de las convenciones y ritos de la civilización. Su actitud discordante con la  del ciudadano normal pone al descubierto la hipocresía y las mentiras, los errores y las injusticias que conlleva la vida social…El Extranjero se sigue leyendo y discutiendo en nuestra época, una época muy diferente de aquella en que Camus la escribió. Hay, sin duda para ello una razón más profunda que la obvia, es decir la de su impecable estructura y hermosa dicción… Como otras buenas novelas, se adelanta a su época, anticipando la deprimente imagen de un hombre que la libertad que ejercita no lo enaltece moral o culturalmente; más bien, lo desespiritualiza y priva de solidaridad, de entusiasmo y ambición.”

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miércoles, 13 de diciembre de 2017

LOS SEFARDÍES O LOS JUDIOS ESPAÑOLES (La convivencia y la expulsión)


Torquemada el célebre inquisidor de la Iglesia Católica




BREVE HISTORIA Y OPINIÓN

LOS SEFARDÍES O LOS JUDIOS ESPAÑOLES (La convivencia y la expulsión) 

      Dedicada in memorian a  Salvador Serfati.un amigo nacido en El Chaco, Argentina, humilde y servicial
                                           Sefardí proviene etimológicamente de Sefarad, es un término bíblico con el que los hebreos designan a la Península Ibérica.
Sabido es, que los judíos de la rama sefardí convivieron durante largo tiempo en la Península Ibérica. España estaba compuesta políticamente por una diversidad de reinos medievales que convivían o aceptaban en sus sociedades a las comunidades judías.
Jamás fue una convivencia plenamente armónica. Lejos de ello, España siempre se ajustó a los preceptos cristianos y a los ojos de cualquier español, el pueblo judío era considerado un pueblo deicida, culpable del crimen más horrendo de la historia. Los culpaban del “asesinato” de Dios. Se aceptaba al hebreo por ver cumplidas las profecías cristianas fundadas en la esperanza de la conversión final de los judíos a la fe católica. A pesar las diferencias y la discordia  que suscitaba un pueblo que vivía dentro de otro, podemos afirmar que la hostilidad ideológica nunca fue un obstáculo y solo ante casos por demás excepcionales, resaltaba una relativa aceptación  del sefardí y ello se mantuvo hasta los finales del siglo XIII. A partir de allí dio comienzo cierta hostilidad que fue en paulatino aumento y cada vez más exigente para los israelitas. A pesar de tal hostilidad, los reyes españoles no dejaron de ser verdaderos protectores de la comunidad judía por diversos factores y por sobre todo por la real conveniencia que derivaba porque los judíos eran los “servi regis”, es decir, “servidores del rey” y en ello coincidían varios factores de conveniencia. Entre ellas, destacaba la capacidad intelectual de los sefardíes y su utilidad en los actos de gobernabilidad.
En el reino de Castilla y León, asimismo en la corona de Aragón desempeñaron con excelente resultados las acciones de órden intelectual llevadas a cabo en la denominada Escuela de traductores de Toledo. En España la inquina antisemita no tuvo una repercusión tan exigente. No olvidemos que los reinos de España necesitaban de todo aquello que los judíos podían brindar. Fueron prudentes consejeros de estado, excelentes comerciantes, buenos artesanos, conocedores de lenguas extranjeras, practicaban la medicina y de una notable capacidad para administrar e idóneos en el manejo de la economía.
A pesar de los beneficios que aportaban las sociedades judías recrudece el antijudaísmo cristiano en el Occidente medieval, lo que queda plasmado en las duras medidas antijudías acordadas en el IV Concilio de Letrán celebrado en 1215 a instancias del papa Inocencio III. Los reinos cristianos peninsulares no fueron en absoluto ajenos al crecimiento del antijudaísmo cada vez más beligerante.
En el siglo XIV se termina el periodo de "tolerancia" hacia los judíos pasándose a una fase de conflictos crecientes. Lo que cambia no son las mentalidades, son las circunstancias. Los buenos tiempos de la España de las tres religiones había coincidido con una fase de expansión territorial, demográfica y económica; judíos y cristianos no competían en el mercado de trabajo: tanto unos como otros contribuían a la prosperidad general y compartían sus beneficios. El antijudaísmo militante de la Iglesia y de la curia apenas hallaba eco a pesar de su encono y arbitrariedades. Los siguientes siglos fueron un verdadero calvario para las comunidades judías en las que hubo crueles matanzas y un desprecio absoluto y criminal.
La primera ola de violencia contra los judíos en la península ibérica se produjo en el reino de Navarra como consecuencia de la llegada en 1321 de la cruzada de los “pastorcillos” desde el otro lado de los Pirineos. Las juderías de Pamplona y de Estella fueron masacradas por esta maléfica organización. Dos décadas más tarde el impacto de la Peste Negra de 1348 provoca asaltos a las juderías de varios lugares, especialmente las de Barcelona y de otras localidades del Principado de Cataluña. En la Corona de Castilla la violencia antijudía se relaciona estrechamente con la guerra civil del reinado de Pedro I.
Tras las matanzas de 1391 y las predicaciones que las siguieron, hacia 1415 apenas cien mil judíos se mantuvieron fieles a su religión en las coronas de Castilla y de Aragón.
A todo ello, luego de una extensa y vergonzosa apostasía, colmada de temibles  terroríficas y  crueldades a un pueblo desprotegido e inocente, contraviniendo el evangelio cristiano, llegó la definitiva expulsión de los judíos que engrandecieron  a España. La Iglesia con su diabólica Inquisición y otros factores de similar catadura favorecieron este acontecer.   
El 31 de marzo de 1492, poco después de finalizada la guerra de Granada, los Reyes Católicos firmaron en Granada el decreto de expulsión de los judíos,
Los Reyes Católicos habían encargado precisamente al inquisidor general Tomás de Torquemada y a sus colaboradores la redacción del decreto que fue enviado a todas las ciudades, villas y señoríos de sus reinos con órdenes estrictas de no leerlo ni hacerlo público hasta el 1 de mayo del mismo año.
Ell gobierno de la España actual, quien (para remendar el capote, como dijera el Quijote) ofrece la ciudadanía española a los descendientes de aquellos sefarditas tan maltratados que amaron a España que no dejaba de ser su patria, y no guardaron en absoluto retaliaciones por la ofensa recibida.

Algunos judíos, cuando se les acababa el término para abandonar España, andaban de noche y de día como desesperados. Muchos se volvieron del camino… y recibieron la fe de Cristo obligados por las circunstancias. Otros muchos, por no privarse de la patria donde habían nacido y por no vender en aquella ocasión sus bienes a menos precio, se bautizaban.

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