miércoles, 13 de diciembre de 2017

LOS SEFARDÍES O LOS JUDIOS ESPAÑOLES (La convivencia y la expulsión)


Torquemada el célebre inquisidor de la Iglesia Católica




BREVE HISTORIA Y OPINIÓN

LOS SEFARDÍES O LOS JUDIOS ESPAÑOLES (La convivencia y la expulsión) 

      Dedicada in memorian a  Salvador Serfati.un amigo nacido en El Chaco, Argentina, humilde y servicial
                                           Sefardí proviene etimológicamente de Sefarad, es un término bíblico con el que los hebreos designan a la Península Ibérica.
Sabido es, que los judíos de la rama sefardí convivieron durante largo tiempo en la Península Ibérica. España estaba compuesta políticamente por una diversidad de reinos medievales que convivían o aceptaban en sus sociedades a las comunidades judías.
Jamás fue una convivencia plenamente armónica. Lejos de ello, España siempre se ajustó a los preceptos cristianos y a los ojos de cualquier español, el pueblo judío era considerado un pueblo deicida, culpable del crimen más horrendo de la historia. Los culpaban del “asesinato” de Dios. Se aceptaba al hebreo por ver cumplidas las profecías cristianas fundadas en la esperanza de la conversión final de los judíos a la fe católica. A pesar las diferencias y la discordia  que suscitaba un pueblo que vivía dentro de otro, podemos afirmar que la hostilidad ideológica nunca fue un obstáculo y solo ante casos por demás excepcionales, resaltaba una relativa aceptación  del sefardí y ello se mantuvo hasta los finales del siglo XIII. A partir de allí dio comienzo cierta hostilidad que fue en paulatino aumento y cada vez más exigente para los israelitas. A pesar de tal hostilidad, los reyes españoles no dejaron de ser verdaderos protectores de la comunidad judía por diversos factores y por sobre todo por la real conveniencia que derivaba porque los judíos eran los “servi regis”, es decir, “servidores del rey” y en ello coincidían varios factores de conveniencia. Entre ellas, destacaba la capacidad intelectual de los sefardíes y su utilidad en los actos de gobernabilidad.
En el reino de Castilla y León, asimismo en la corona de Aragón desempeñaron con excelente resultados las acciones de órden intelectual llevadas a cabo en la denominada Escuela de traductores de Toledo. En España la inquina antisemita no tuvo una repercusión tan exigente. No olvidemos que los reinos de España necesitaban de todo aquello que los judíos podían brindar. Fueron prudentes consejeros de estado, excelentes comerciantes, buenos artesanos, conocedores de lenguas extranjeras, practicaban la medicina y de una notable capacidad para administrar e idóneos en el manejo de la economía.
A pesar de los beneficios que aportaban las sociedades judías recrudece el antijudaísmo cristiano en el Occidente medieval, lo que queda plasmado en las duras medidas antijudías acordadas en el IV Concilio de Letrán celebrado en 1215 a instancias del papa Inocencio III. Los reinos cristianos peninsulares no fueron en absoluto ajenos al crecimiento del antijudaísmo cada vez más beligerante.
En el siglo XIV se termina el periodo de "tolerancia" hacia los judíos pasándose a una fase de conflictos crecientes. Lo que cambia no son las mentalidades, son las circunstancias. Los buenos tiempos de la España de las tres religiones había coincidido con una fase de expansión territorial, demográfica y económica; judíos y cristianos no competían en el mercado de trabajo: tanto unos como otros contribuían a la prosperidad general y compartían sus beneficios. El antijudaísmo militante de la Iglesia y de la curia apenas hallaba eco a pesar de su encono y arbitrariedades. Los siguientes siglos fueron un verdadero calvario para las comunidades judías en las que hubo crueles matanzas y un desprecio absoluto y criminal.
La primera ola de violencia contra los judíos en la península ibérica se produjo en el reino de Navarra como consecuencia de la llegada en 1321 de la cruzada de los “pastorcillos” desde el otro lado de los Pirineos. Las juderías de Pamplona y de Estella fueron masacradas por esta maléfica organización. Dos décadas más tarde el impacto de la Peste Negra de 1348 provoca asaltos a las juderías de varios lugares, especialmente las de Barcelona y de otras localidades del Principado de Cataluña. En la Corona de Castilla la violencia antijudía se relaciona estrechamente con la guerra civil del reinado de Pedro I.
Tras las matanzas de 1391 y las predicaciones que las siguieron, hacia 1415 apenas cien mil judíos se mantuvieron fieles a su religión en las coronas de Castilla y de Aragón.
A todo ello, luego de una extensa y vergonzosa apostasía, colmada de temibles  terroríficas y  crueldades a un pueblo desprotegido e inocente, contraviniendo el evangelio cristiano, llegó la definitiva expulsión de los judíos que engrandecieron  a España. La Iglesia con su diabólica Inquisición y otros factores de similar catadura favorecieron este acontecer.   
El 31 de marzo de 1492, poco después de finalizada la guerra de Granada, los Reyes Católicos firmaron en Granada el decreto de expulsión de los judíos,
Los Reyes Católicos habían encargado precisamente al inquisidor general Tomás de Torquemada y a sus colaboradores la redacción del decreto que fue enviado a todas las ciudades, villas y señoríos de sus reinos con órdenes estrictas de no leerlo ni hacerlo público hasta el 1 de mayo del mismo año.
Ell gobierno de la España actual, quien (para remendar el capote, como dijera el Quijote) ofrece la ciudadanía española a los descendientes de aquellos sefarditas tan maltratados que amaron a España que no dejaba de ser su patria, y no guardaron en absoluto retaliaciones por la ofensa recibida.

Algunos judíos, cuando se les acababa el término para abandonar España, andaban de noche y de día como desesperados. Muchos se volvieron del camino… y recibieron la fe de Cristo obligados por las circunstancias. Otros muchos, por no privarse de la patria donde habían nacido y por no vender en aquella ocasión sus bienes a menos precio, se bautizaban.

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