"Yo escribía para que ella me quisiera más" Fernando Savater

Savater. El filósofo y escritor, al que el franquismo echó de la facultad, en su casa de Madrid. Foto: Gabriel Pecot
El filósofo
español enviudó hace un año y afirma, entre lágrimas, que no volverá a
escribir. "Aquí viven leones" fue la guía de lecturas que escribió
con Sara Torres, su mujer.
Raquel Garzón CLARIN 17.04.16
¿Qué se hace ante las lágrimas de un hombre? Los decálogos de
periodismo nada dicen sobre los momentos en los que la emoción
manda y somos
testigos de la verdad más profunda de alguien. “Yo doy por acabada mi vida. No
creo que vuelva a escribir. Ya no me hace ilusión nada”, dice ahora Fernando
Savater. Y llora. Autor de una treintena de libros y excatedrático de Etica y
de Filosofía y Literatura, Savater se quita los anteojos y enjuga el llanto al
recordar a su mujer, Sara Torres, muerta hace un año. Conversamos en el
departamento que compartieron en Madrid: tierra de libros desde el felpudo que
te recibe en la entrada con la imagen de un cuervo –en alusión al famoso poema
de Poe– hasta el balcón, donde también hay bibliotecas.

Fernando Savater y su esposa
El sitio está lleno de
recuerdos de sus 35 años juntos (fotos, grabados, pósters de cine, máscaras,
muñecos de papel maché y de resina que hacía Sara...) y es el lugar propicio
para hablar sobre Aquí viven leones, que se suma a la obra de Savater,
traducida a más de veinte lenguas. “En los mapas antiguos, donde había una zona
inexplorada, ponían hic sunt leones o
hic sunt dracones… Nos divertía llevar al título esa noción: que estábamos
buscando algo en la jungla de la ciudad. Intentábamos explorar dónde estaba la
guarida del león literario”, explica.El libro es una amorosa guía de lecturas
que Sara no llegó a ver publicada y que lleva la firma de ambos. Cuando ella
enfermó de cáncer (“un mal atroz”), trabajaban en este proyecto que unía dos de
sus pasiones: los viajes y la literatura. La idea de redescubrir a los autores
elegidos en sus lugares de creación debió limitarse entonces a los ocho
escritores sobre los que ya habían investigado: Shakespeare, Valle Inclán, Poe,
Leopardi, Christie, Reyes, Flaubert y Zweig. “Sara insistió mucho en que el
libro fuera bello y convocó a Anapurna, la ilustradora que hizo un cómic que
abre el capítulo dedicado a cada escritor”, cuenta Savater. De ese libro a
cuatro manos habla el autor de Etica para Amador, mientras llueve
intermitentemente sobre la ciudad. Y también, de lo que no se puede enseñar en
Filosofía, del terrorismo de ISIS, de su amor por la Argentina y los caballos y
de los desafíos de la prensa. Sara lo atraviesa todo.
–Fama,
dinero y fantasmas interiores son algunas razones que llevan a escribir.
Flaubert lo hacía porque no podía vivir sin literatura. ¿Qué tipo de escritor
se siente usted?
–Uno muy
diferente a Flaubert y no sólo por la calidad. Para mí lo imprescindible es
leer. Me considero sobre todo un lector y si por leer pagasen, yo no me hubiera
dedicado a otra cosa y sería multimillonario. La escritura es un modo de
ganarme la vida. Sobre todo al principio, pues en el franquismo me echaron de
la facultad, estuve en la cárcel y escribir fue un poco la forma de salvarme.
Desde muy joven, empecé a escribir para la prensa. Pero no tengo ninguna
necesidad de escribir. En cambio, si me quitan los libros, me matan.
–”Aquí viven leones” se relaciona con esa
pasión lectora.
–Sí, Sara y
yo hicimos un programa de televisión sobre escritores en la Argentina. Pero
claro, estábamos obligados al esquema de la productora. Entonces se nos ocurrió
hacer una segunda parte a nuestro gusto. Pero con la crisis, no hallamos quien
lo financiara ni buscando debajo de las piedras. Como en el fondo lo que nos
gustaba era hacer el viaje juntos, nos lanzamos.
–Su
selección no teme incluir a autores muy populares como Agatha Christie o Stefan
Zweig...
–No, claro
que no. Y hay otro gran best-séller, que es Shakespeare, al que nadie pone hoy
en entredicho. Para nosotros, como decimos allí, la literatura no es sólo
caviar sino también sardinas en escabeche.
–Con ese
criterio amplio, ¿qué no le perdona a un escritor?
–Que me
aburra. Borges decía que era un lector hedónico, yo también. Por cuestiones
laborales, he tenido que preparar clases y que tragarme en mi vida muchas cosas
que no hubiera leído por gusto. Pero a partir de cierto momento dejé de leer
por obligación. No me atrevo a decir de un libro que es malo. Simplemente digo
que no es para mí.
–¿Y qué admira
en un autor? ¿Qué condición le parece envidiable?
–Cuando voy
a un restaurante agradezco que el cocinero me deje con la boca abierta, porque
yo no sabría cómo hacer los platos que prepara. Con los escritores es igual. Me
parece estupendo que el escritor sea desconcertantemente bueno, y muchísimo
mejor de lo que seré yo nunca, porque lo que me causa placer es leerle.
–¿Cómo se
siente ante el libro que Sara firma pero que no llegó a ver?
–Yo acabé
el libro con grandes dificultades. Empecé a escribirlo con mucha ilusión,
porque ella estaba allí… [Savater se emociona. Todo lo que sigue lo dirá
secando sus lágrimas y eligiendo cada palabra como quien estudia dónde pone el
pie ante la amenaza de un pantano]. Yo en el fondo escribía para que ella me
quisiera más. Todo lo que yo escribía se lo daba y ella lo leía, lo
comentábamos, y el placer era que a ella le gustase. Fue muy difícil acabar.
Pero me hubiera parecido una traición dejarlo a la mitad, aunque me considero
totalmente incapaz de volver a escribir. Hago articulitos en la prensa porque
hay que seguir comiendo… Aprendí que perder las ganas de vivir no quiere decir
que uno tenga ganas de morir. Siempre creí que eran vasos comunicantes, que uno
subía y el otro bajaba…
–¿Y no es
así?
–He
descubierto que no. No puedes tener a la vez ganas de vivir y ganas de morir,
pero en cambio puedes, a la vez, no tener ganas de vivir ni ganas de morir. Y
es el punto en el que estoy. Ella durante la enfermedad hablaba de que yo
escribiese algo sobre nuestra relación. No sé si podré, tampoco estoy seguro de
que tenga interés.
–Quizá no
es tiempo todavía.
–No sé.
Nunca he entendido muy bien los consuelos o la impaciencia que la gente siente
contra las personas que están tristes. “¿Cómo? ¿Todavía estás…?” Pavese en El
oficio de vivir decía que la gente trata a los tristes como trata a los
borrachos: “Bueno, siéntate, a ver si se te pasa…” Yo conozco cosas que no cura el tiempo. Para
mí, al contrario, empeora en muchos aspectos. Porque lo habíamos pasado tan
mal, yo la había visto sufrir tanto que la muerte no era la muerte, sino el
final del sufrimiento. Pero ahora la muerte es la muerte. Y entonces, para mí
es ahora peor que cuando pasó. Pero eso es parte de la exploración que hace uno
de sí mismo, en estos casos.
–¿De una
nueva fragilidad?
–Sí. Además
hay algunos que hemos sido muy neófitos en esto del sufrimiento. Yo nunca había
hecho nada sin alegría, todo lo hacía desde la alegría. No sabía que se podía
estar tanto tiempo triste.
–¿La
literatura es un consuelo?
–Es lo
único que agradezco. Veo películas antiguas y leo. Disfruto mucho releyendo,
por ejemplo, unos antiguos articulitos breves de Borges para El Hogar, que
siempre me gustaron mucho o viejas novelas policíacas... Al releer ves cómo hay
cosas que se te quedan de libros o películas, que son muy tangenciales. O los
subrayados de otras épocas: lees lo que tú eras cuando leíste ese libro por
primera o por segunda vez, porque hay libros que van acumulando capas. Los
Ensayos de Montaigne, que yo he leído tanto a lo largo de la vida, cada vez te
revelan aspectos nuevos.
–En sus
años como profesor, ¿halló algo que no se pueda enseñar?
–Muchas
cosas. En la Filosofía es habitual que haya cosas que no se pueden transmitir
porque no transmites contenidos sino formas de ver. Lo que puedes hacer por un
alumno es algo así como mirar juntos un paisaje. Le dices: “Ven aquí, mira
desde donde yo estoy y verás…”. Es complicado porque no hay un saber cerrado, sino
una perspectiva.
–Luchó
contra el terrorismo de ETA. El mundo padece hoy a ISIS. ¿Qué es lo más
conmocionante para usted de ese tipo de violencia?
–Nosotros
vivimos durante muchos años oponiéndonos al discurso pro-terrorista en el País
Vasco. Era sobre eso que Sara me instaba a escribir: cómo frente a la
resignación de la gente tratamos de hacer algo. Esto es distinto. La idea del
terrorista suicida verdaderamente impresiona. La verdadera “arma de destrucción
masiva” es alguien que no teme morir y vuelve la lucha desigual. Escapa a
nuestra comprensión, porque todas nuestras tareas intentan evitar o detener el
peligro de la muerte. Trabajamos para no morirnos de hambre, buscamos tener una
cierta fortuna porque creemos que eso nos protegerá de algunos males, queremos
que nuestros hijos perpetúen nuestra vida... Cuando alguien se considera a sí
mismo como si fuera un arma, nos sume en el absurdo. Pero hay que luchar. Es
una agresión armada y las agresiones armadas pues se combaten defendiéndose con
armas mejores y mejor utilizadas. No creo que haya otra forma.
-Umberto
Eco decía que los diarios sobrevivirán como semanarios, yendo a contrapelo de
la velocidad de Internet. ¿Cómo lo ve usted que también es un hombre de prensa?
–Desde
pequeño soy un gran lector de periódicos. Sara decía que yo perdía la mitad de
mi tiempo leyendo prensa, porque primero la leo en la cama con el ipad y luego
salgo, compro los periódicos y los vuelvo a leer, para confirmar que dicen lo
mismo. Para Hegel el periódico era la relación matutina del hombre moderno:
llegaban el café, la tostada y el periódico, todo formaba parte de lo mismo.
Hoy las noticias como tales son online. La primera cosa que hay que aprender es
que el periódico no está ligado a la llegada de noticias: tiene que estar
ligado a la profundización. Siguen luchando como si tuvieran que darlas para
adelantarse a los demás, cuando lo que deberían es ofrecer el sosiego de una
interpretación a personas que ya están informadas. Entenderlo cuesta.
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Savater. El filósofo y escritor, al que el franquismo echó de la facultad, en su casa de Madrid. Foto: Gabriel Pecot |
Raquel Garzón CLARIN 17.04.16
manda y somos testigos de la verdad más profunda de alguien. “Yo doy por acabada mi vida. No creo que vuelva a escribir. Ya no me hace ilusión nada”, dice ahora Fernando Savater. Y llora. Autor de una treintena de libros y excatedrático de Etica y de Filosofía y Literatura, Savater se quita los anteojos y enjuga el llanto al recordar a su mujer, Sara Torres, muerta hace un año. Conversamos en el departamento que compartieron en Madrid: tierra de libros desde el felpudo que te recibe en la entrada con la imagen de un cuervo –en alusión al famoso poema de Poe– hasta el balcón, donde también hay bibliotecas.
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