miércoles, 9 de marzo de 2016

“Mi novela es un cóctel de lo falso y lo verdadero”

Hitler y Rudolph Hess, segundo en la jerrarquía del poder durante el Tercer Reich, en 1938
Entrevista. En “Su lucha”, Patricio Lenard toma la figura de Adolf Hitler como personaje literario.

EL BLOG OPINA 
                                   Hay todavía mucha tela que cortar con ese personaje histórico. El cine y lo que se produce para la televisión, lo han usado y lo usan porque todavía rinde dividendos importantes de audiencia en todo el mundo. Hasta Chaplin desde el cine mudo lo utilizó e hizo una de sus mejores películas. Correcto es que la literatura siga explorando el personaje y se valga de la ficción hasta donde aguante el papel y la imaginación del autor no se desborde hacia lo inverosímil. 

POR ANA PRIETO    Revista Ñ

                                       La escena es así: en su cómoda celda de la prisión de Landsberg, en la que había sido recluido tras un fallido golpe de Estado, Adolf Hitler dicta su autobiografía y manifiesto político al circunspecto Rudolf Hess, que teclea, revisa, corrige y escucha con disciplina espartana. Corre el año 1924 y ninguno de los dos puede imaginar entonces que esas páginas, que llegarían a convertirse en el único libro del Führer, Mi lucha , habrían vendido más de 5 millones de copias hacia 1939.

En momentos en que el controvertido volumen se reedita en Alemania por primera vez en 70 años, en que el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich-Berlín pone en circulación una edición crítica con más de 3.500 notas y el Ministerio de Educación de ese país pide incluirlo como lectura en las escuelas, el periodista argentino Patricio Lenard publica Su lucha , el diario que Rudolf Hess llevó en prisión mientras trabajaba como amanuense de Adolf Hitler.

La operación, desde luego, es literaria: Hess no llevó ningún diario, pero podría haberlo hecho. No sabemos si los nazis encerrados en Landsberg hablaron de los crímenes del “Vampiro de Hannover” en una sobremesa pero es plausible. Ignoramos si Geli Raubal se mostraba demasiado cariñosa con su tío Adolf durante sus visitas o si Hess estaba preocupado por la caída de su cabello. Pero no es improbable. En el terreno infinito de la posibilidad, Lenard lleva al lector a un ámbito poco explorado: el de la figura de Hitler como personaje literario. Y el desafío es enorme: si el Fürher no hubiese existido, tanto él como Mi lucha serían inverosímiles. Pero Lenard construye de manera brillante la verosimilitud que necesita la ficción, moviéndose por la historia y el archivo con los permisos de un novelista y las obsesiones de un investigador.

–¿Por qué, como autor de una novela, elegir a Rudolf Hess?
–Me hacía falta una distancia mínima, una conciencia externa, un narrador que no fuera el propio Hitler. Más allá de lo revelador que fue para mí saber a quién éste le había dictado Mi lucha, la posición privilegiada de Hess como secretario y confidente funcionó como una llave maestra. Trasladando el desafío al contexto argentino, creo que sería más sencillo escribir una novela desde el punto de vista de López Rega sobre la decadencia de Perón, que un libro como Soy Roca protagonizado por Jorge Rafael Videla. Aunque en el caso de Hess no se trata solo del camarada que hizo las veces de mecanógrafo, sino de alguien que durante el Tercer Reich ostentó el grado de “vice Führer”.

–Hitler debe ser uno de los personajes históricos más recreados por documentales y ficciones, en especial cinematográficas. ¿No te dio vértigo trabajar con una figura tan visitada?
–La forma en que el cine ha convertido a Hitler en objeto de interés estético no se compara con lo que ha hecho la literatura. Si uno mira bien, no hay muchas novelas que lo tengan como personaje. En El traslado de AH a San Cristóbal , de George Steiner, libro que parte de la leyenda de la fuga del dictador a Sudamérica, Hitler es un viejo que casi no habla mientras sus captores lo arrastran por la selva amazónica. En Las benévolas , de Jonathan Littell, es un personaje secundario que aparece hacia el final, y en El castillo en el bosque , de Norman Mailer, es un niño al que un emisario de Satán guía en sus primeros pasos. A diferencia de la literatura, en el cine sí hay películas que han logrado captar al personaje. Sin tener que remontarnos hasta El gran dictador de Chaplin, está La caída , con la soberbia actuación de Bruno Ganz, y Moloch , del ruso Alexandr Sokurov, la mejor película que se ha hecho sobre Hitler.

–¿Cómo trabajaste el verosímil? Imagino que la primera persona testimonial no fue suficiente. ¿A qué otros recursos estuviste atento?
–Como la idea era hacer de cuenta que se trataba del diario de Rudolf Hess, traté por todos los medios de que el texto pareciera una traducción, consignando, por ejemplo, supuestos juegos de palabras en el “idioma original” en notas a pie de página. También puse especial atención en el léxico que usan los personajes y en evitar estridencias literarias en la prosa. El hecho de que Hess supiera tomar apuntes taquigráficos fue útil para que sus transcripciones de las charlas de sobremesa no quedaran como algo artificioso. Está claro, más allá de que yo ahora tenga la misma edad que tenía Hitler cuando publicó Mi lucha , lo distinto que sería si yo fuese alemán y publicase mi libro en Alemania. Pero para la literatura –y en esto parafraseo a Borges– no importa ser alemán “de verdad”, sino hacer como si lo fuera.

–Una cosa es trabajar el verosímil y otra, la veracidad. Su lucha es una novela y no una obra de no ficción, por lo que no tiene por qué haber verdad en sus páginas. Sin embargo, el trabajo de archivo es evidente. ¿A qué límites te abstuviste y cuáles otros sobrepasaste al trabajar sobre la “verdad histórica”?
–Están la mentira, lo falso, lo apócrifo, lo ficcional, lo verdadero, lo verídico, lo veraz y lo verosímil. Su lucha es un cóctel de todo eso. Uno parte de la base de que el narrador no es confiable solo por el hecho de que sea un nazi. Por lo demás, las circunstancias y los personajes son reales, las noticias que leen en el periódico son reales, el trasfondo político y los datos históricos son reales. Y casi todo lo que dicen y piensan los personajes lo decían y lo pensaban los nazis de carne y hueso.

–¿Cómo fue la decisión editorial del texto de contratapa? Un lector distraído podría de verdad creer que se trata del diario que Rudolf Hess escribió en Landsberg.
–En rigor, yo quería que la ficción fuese incluso más allá, al punto de que llegué a pensar en registrar el libro con un título que fuera “Rudolf Hess. Su lucha” para evitar que mi nombre estuviera en la tapa. Después de todo, ¿por qué el nombre del autor debe aparecer en la portada de un libro? Hasta había diseñado una página legal con el título en alemán, los datos de la supuesta traducción al español y mi crédito del copyright en una letra que sólo se podía leer con lupa… Algo absolutamente inviable.

–En la novela se anticipan varias cuestiones que explotarían años después. El “problema judío”, sin duda. Que Hess le ocultara cosas a Hitler, también. Con lo que sabías sobre cómo se desarrollarían los hechos posteriores y con toda la libertad que te daba escribir una novela, ¿qué determinó en qué ibas a extenderte y en qué no?
–Aunque los nazis soñaban, desde mucho antes de llegar al poder, con una Europa libre de judíos, Hitler no escribió Mi lucha con los planos de Auschwitz en la cabeza. Más allá de que su libro constituye el fundamento de una narración asesina que culminaría en la Shoah, no es posible afirmar que él estuviera planeando la exterminación de los judíos al momento de escribirlo. Sin embargo, me asombró mucho descubrir que justo en 1924, poco antes de que Hitler iniciara el proceso de escritura, se había empleado por primera vez en los Estados Unidos el gaseamiento como técnica de ejecución capital, con un ciudadano chino condenado por homicidio. Algo a lo que Hess se refiere en una charla en la que Hitler y sus camaradas discuten las “bondades” de la pena de muerte.

– ¿Te propusiste aportar a la comprensión de la locura humanitaria, política y filosófica a la que llegó el nazismo? Porque eso supondría una determinada responsabilidad para con el lector.


–Sin pretender caer en el cliché de que la ficción es más verdadera que la historia, algo que ya postulaba Aristóteles, siento que mi novela sí hace un aporte en ese sentido. Salvando las distancias, hoy nadie lee Mi lucha como un lector argentino podría leer el Facundo , al margen de su significado político. No obstante, el carácter panfletario del texto de Hitler ha perdido su fuerza y hoy hemos pasado a verlo como un documento histórico. Esto hace que nos interpele de una manera distinta. Hitler es como un gran espejo deformante donde el “enano fascista” que llevamos dentro se asusta ante su propio reflejo.

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