domingo, 22 de abril de 2018

“Para esta noche” --novela de Juan Carlos Onetti (1943)





Prólogo a la primera edición

               En muchas partes del mundo había gente defendiendo con su cuerpo diversas convicciones del autor de esta novela, en 1942, cuando fue escrita. La idea de que solo aquella gente estaba cumpliendo de verdad un destino considerable, era humillante y triste de padecer.
                Este libro se escribió por la necesidad  --satisfecha en forma mezquina y no comprometedora—de participar en dolores, angustias y heroísmos ajenos. Es, pues, un cínico intento de liberación.    (Juan Carlos Onetti)

Fragmento

“La mujer terminó de arreglarse el peinado frente al espejo del ropero, dejó caer el brazo, cruzó el dormitorio golpeando en cortos pasos con los altos tacones de sus zapatos nuevos, se alisó la enagua apretando los muslos y levantó el vestido de seda oscura, mirando desde la cama, una rodilla apoyada en el colchón; otra vez su cuerpo pequeño en enaguas en la luna del ropero y se sonrió pensando: «Soy yo, soy yo. Esa que está ahí con los brazos blancos y desnudos soy yo con los senos sostenidos y mi cuerpo lleno de perfume».   —Soy yo —murmuró, pero no acababa de comprender que era ella misma otra noche metida en el espejo, esperando; y mientras iba y venía, dando pasos y vueltas en la interminable tarea de vestirse y acariciarse el busto con la blanda borla de los polvos y perfumarse con el vaporizador los senos, los costados y la piel todavía infantil de los huecos de atrás de las orejas, su oído estaba siempre rodeando la puerta pintada de color roble, como un reflector de luz que girara buscando en la puerta y alrededor de la puerta, más aquí, ya en la alfombra cuadrada que unía la puerta con la cama, la mesa, el tocador, y también más allá de la puerta del dormitorio, buscando sin reposo en los ruidos de la noche del patio, en la noche de la calle y otra vez vigilando los ruidos que rodeaban la puerta, examinándolos, inclinando su oído como un reflector de intensa luz sobre cada pequeño o gran ruido para desecharlo enseguida, con tristeza, con una leve agitación de la angustia en su cuerpo. Ya vestida con su traje oscuro de noche volvió a mirarse al espejo y levantó la cabeza, se miró los dientes, los ojos, el rosa de las mejillas; removió las manos con sus anillos y el encaje que escondía las muñecas y ya sin pretextos fue a sentarse junto a la mesa, bajo la luz ahogada de la pantalla, moviendo las manos envejecidas y los pálidos recuerdos, hasta que el primer aire de la noche muerta vino a moverle los mechones de pelo gris sobre las sienes y en lo alto de la cabeza, desde una lejanía de caballadas, detonaciones, gritos, y la vibración regular de los motores. Entonces ya no quiso volver a mirar la puerta y esa noche también comenzó a desvestirse sola y cuando estuvo desnuda sintió que se le mojaba la cara y tampoco quiso verse el cuerpo en el espejo, mirando solamente el sitio de la gruta que había estado ahuecando en las horas con los viejos recuerdos”.
Juan Carlos Onetti

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sábado, 17 de febrero de 2018

“Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas”. De Domingo Faustino Sarmiento

Facundo Quiroga


LIBROS Y LECTORES

“Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas”. De Domingo Faustino Sarmiento

 “ ¡Sombra terrible de Facundo voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: revélanoslo”.
Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas es un libro escrito en 1845 por el educador, periodista, escritor y político argentino, Domingo Faustino Sarmiento, durante su segundo exilio en Chile. Sarmiento fue una figura controversial, (desde sus inicios políticos y hasta hoy día es motivo de polémicas, por historiadores y políticos) que llegara a la presidencia de la nación. 
Es asimismo uno  de los principales exponentes de la literatura hispanoamericana. La obra resulta fundamental por sus acertados análisis del acontecer político, económico y social de la América Hispana, de sus planes a futuro, de  sus potenciales y la instauración del progreso y la modernización.  Está escrito en un lenguaje ameno y convincente, de interesante valor literario 
Se comenzó a publicar por entregas en un diario chileno llamado “El Progreso” y a poco, por su importancia su editó en un solo volumen y clandestinamente llegó a la Argentina y se convirtió en en una proclama para la opinión pública nacional.
 Como lo indica su título, en el texto, Sarmiento explora los conflictos que surgieron en Argentina una vez alcanzada la Independencia política en 1816. El libro muestra la vida de Juan Facundo Quiroga, un caudillo y definitivamente un personaje. Es militar y político gaucho miembro del Partido Federal, que se desempeñó como gobernador de la provincia de La Rioja durante las guerras civiles argentinas en las décadas 20 y 30 del Siglo XIX.
 Sarmiento en el texto explora la dicotomía entre la civilización y la barbarie.  La civilización se manifiesta mediante Europa, Norteamérica, las ciudades, los unitarios, el general Paz y Rivadavia»,​ mientras que «la barbarie se identifica con América Latina, España, Asia, Oriente Medio, el campo, los federales, Facundo y Rosas.​ Es por esta razón que Facundo influyó hondamente en la visión de una realidad fragmentada. Según algunos autores, el diálogo entre la civilización y la barbarie lo ubican, como el conflicto primordial en la cultura latinoamericana, Facundo le dio forma a una polémica que comenzó en el periodo colonial y que continúa hasta el presente».​
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Transcripción del
Capítulo XIII de Facundo “Barranca Yaco”.

(En este capítulo se relata el atentado que provoca la muerte de Quiroga)

Quiroga vence en la batalla de Ciudadela, empujando fuera de la Argentina a los unitarios. Con ellos el federalismo desaparece. Al mismo tiempo, Rosas ha vencido en Buenos Aires a Lavalle. Quiroga queda sin gobernar ninguna provincia, sin ejército en armas. Sólo le queda un nombre temido en ocho provincias y armas enterradas en bosques riojanos. La Rioja es el lugar central de su influencia.

Antes de asumir el gobierno de la provincia de buenos Aires Rosas exige ser investido de facultades extraordinarias. Si bien se le ofreció resistencia, las obtuvo. Nadie podía gobernar una provincia y una ciudad desestabilizada por manos misteriosas (rosistas). Rosas justificó su requerimiento diciendo que para lograr el orden y el control él necesitaba tener un chicote como el maestro de grado, para que los alumnos lo respetaran.

Geografía política de la Argentina desde 1822:
Unidad bajo la influencia de Quiroga: Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, San Luis, Mendoza. (Región andina).
Federación bajo el pacto de la Liga Litoral: López (tiene Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba); Ferré (Corrientes) y Rosas (Buenos Aires).
Por otro lado, quedaba Ibarra en Santiago del Estero bajo la federación feudal.

La guerra que iban a hacerse las dos fracciones de la república, los dos caudillos que se disputaban sordamente el mando iba a ser de emboscadas, de lazos y de traiciones. Un combate mudo en el que se mediría la audacia de uno, y la astucia y trampa del otro. Esta lucha entre Quiroga y Rosas abraza un período de cinco años aunque no sale a la luz. Ambos se detestan porque cada uno de ellos siente que del resultado de este juego terrible dependen su vida y su provenir.

Rosas organiza una expedición al Sur. Una vez finalizada, Facundo marcha a Buenos Aires y entra en la ciudad sin anunciar su llegada. Esto es un poco una invasión sobre el centro de poder de su rival, y otro poco, la atracción que el lujo y la civilización han despertado en Quiroga. Facundo llega a la ciudad poco después de la caída de Balcarce.

La otra visita de Facundo a Buenos Aires: el poder educa. Facundo establecido en la ciudad, se rodea de hombres notables. Habla con desprecio de Rosas. Se declara unitario entre los unitarios y la palabra “constitución” no abandona sus labios. Justifica sus actos de barbarie pasados por la necesidad que tenía de vencer, de sobrevivir. Su conducta es mesurada, su aire noble. (Aunque no abandona el poncho ni la barba). Por otra parte, refrena sus impulsos de pelearse a cuchillo, porque es conciente de que hay allí un poder superior al suyo (no sólo el de su enemigo, sino también el de las instituciones) y que pueden meterlo en la cárcel. Manda sus hijos a los mejores colegios, ellos visten frac y levita. Incluso llega a declarar: “los únicos hombres honrados que tiene el país son Rivadavia y Paz”.

Quiroga, pues, se presenta como una nueva tentativa de organizar la República. Sin embargo, la falta de hábito de trabajo, la pereza del pastor, la costumbre de esperarlo todo del terror, lo paralizan y lo entregan maniatado a su rival.

En 1835 surge un conflicto entre los gobiernos de las provincias del Norte que podía hacer estallar la guerra. Rosas invita a Facundo para que influya y apague las chispas. El 18 de diciembre de 1835, facundo sale de Buenos Aires en misión de paz. Facundo intuye que algo malo pasa. Ni bien sale de la ciudad y se interna en la campaña, la galera empieza a tener problemas. Facundo azota al maestro de posta. La brutalidad y el terror vuelven a aparecer desde que se halla en el campo. Avanza por la pampa y en cada posta pregunta si un chasque ha pasado antes. Así se entera de que ese vehículo está adelantado unas horas en relación con el suyo.

 Facundo apura la marcha. Se encuentra asustado. Al llegar a Córdoba, la gente le habla del peligro inminente que se suspende sobre su cabeza. Todo Córdoba sabe los detalles del crimen que el gobierno intenta. La muerte de Quiroga es el asunto de todas las conversaciones. Jamás se ha premeditado un atentado con más descaro.
Quiroga llega, al fin, a destino y arregla las diferencias entre los gobernadores hostiles. Se le ofrece una gran escolta para que lo acompañe de regreso y le recomiendan tomar el camino de Cuyo. Quiroga rechaza esto, quiere desafiar a sus enemigos. Toma el camino para volver a Córdoba.
 En el trayecto un niño detiene el chasque en el que van Quiroga y su secretario, el doctor Ortiz. El niño les dice que en Barranca-Yaco está apostado Santos Pérez con una partida. Las órdenes son que nadie escape. Facundo tranquiliza al muchacho y a su secretario, y dice: “No ha nacido todavía el hombre que ha de matar a Facundo Quiroga”, él piensa que con un grito suyo la partida se pondrá a sus órdenes y desistirá del intento de asesinato. El orgullo y el terrorismo llevan a Facundo a desafiar la muerte. Esa noche, mientras su secretario está desvelado por el temor, Quiroga bebe chocolate y se duerme profundamente. Ortiz lo despierta y le pide que no se haga matar inútilmente. Facundo lo tranquiliza una vez más.
Llega el día. Lo acompañan el postillón, el secretario, el niño, dos correos y el negro que va a caballo.
 En Barranca-Yaco dos balas atraviesan la galera, Quiroga se asoma y al preguntar “¿Qué significa esto?”, recibe como respuesta un balazo en el ojo que lo mata. Santos Pérez asesina a todos ante el llanto asustado del niño. Cuando concluye, pregunta por el infante. Un sargento le dice que es su sobrino. Santos Pérez mata al sargento y degüella al niño. Esta muerte será la única que martirizará a santos Pérez hasta que muera.

Descripción de Santos Pérez: es un gaucho malo de la campaña de Córdoba, un vicioso y un asesino. Era alto, hermoso de cara, de color pálido y barba negra y rizada. Siempre fue perseguido por al policía. Al final, lo cogieron en Córdoba por una venganza femenil. El día que entró en Buenos Aires una enorme muchedumbre gritaba: ¡muera Santos Pérez!. Al bajar del carro que lo conducía al patíbulo, él gritó: ¡Muera el tirano!

El gobierno de Buenos Aires (Rosas) dio un apartado solemne a los asesinos de Juan Facundo Quiroga. Se expuso la galera ensangrentada y distribuyó el retrato de Quiroga. Es necesario que la historia imparcial señale con su dedo al instigador de los asesinos.

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domingo, 11 de febrero de 2018

“El libro perdido de Jorge Luis Borges”. Mempo Giardinelli




LIBROS Y LECTORES

Una historia muy borgeana de Mempo Giardinelli sobre Jorge Luis Borges. El cuento está incluido en el volumen Estación Coghan y otros cuentos, de Ediciones B, cuyo título publicamos.
Mempo Giardinelli, nació 1947 y vive el El Chaco, Argentina. Narrador, ensayista y periodista. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha recibido importantes galardones. Fue merecedor en 1993 del premio Rómulo Gallegos. Entre 1976 y 1984 vivió en Mexico en su exilio. Allí fue fundador y director de la revista “Puro Cuento”. Participó en 1996 en los “Foros Internernacionales por el fomento del libro y la lectura. Entre sus obras se destacan “La revolución de la bicicleta”, “Santo oficio de la memoria”, “Luna caliente”, “Imposibe equilibrio”, “Visitas después de hora”, Estación Coghlan” y otros.

“El libro perdido de Jorge Luis Borges”
Por Mempo Giardinelli.
                                                          Nunca conté esto antes, y ahora mismo no sabría explicar por qué. Creo que fue a fines de 1980, durante un vuelo entre la Ciudad de México y Nueva York. En el mismo avión viajaba Jorge Luis Borges, aunque él lo hacía en primera clase, por supuesto. En algún momento me atreví y le pedí a la comisaria de a bordo que me permitiera sentar al lado de él durante unos minutos. Accedió con esa proverbial simpatía de las mexicanas, y hasta me convidó a una copa de vino. Borges tenía los ojos cerrados y sobre su falda descansaba una carpeta de cuerina color obispo. Parecía rezar, aunque tratándose de él uno debía suponer que estaba componiendo o recitando un poema. Fue muy amable conmigo y cuando me presenté como compatriota dijo, sonriente: -Quizá no sea casualidad que dos argentinos nos encontremos a tanta altura. Ya ve cómo nos cuesta tener los pies sobre la tierra.
Me preguntó en qué podía servirme y le respondí que simplemente no quería dejar pasar la ocasión de saludarlo y le conté, brevemente, que acababa de publicar un cuento titulado «La entrevista» en el que yo imaginaba que él, Borges, llegaba a los 130 años de edad sin ganar el Premio Nóbel y un editor norteamericano de voz meliflua me encargaba a mí, para entonces un viejo cronista jubilado de ochenta y pico de años, que lo entrevistara.
Naturalmente, Borges no se interesó por mi ficción, pero sí inquirió acerca de mi interés en él: quiso saber qué obras yo había leído, o cuáles conocía, al menos. Me di cuenta que le importaba distinguir a un cholulo de un lector, de modo que le conté que lo había leído completamente gracias a un torneo de escritores. Sin dudas lo halagué y desperté su curiosidad. Entonces le referí la breve historia de mis años de trabajo en la vieja Editorial Abril, donde además de una excelente escuela de periodistas había decenas de buenos poetas y narradores y casi todos jugaban bastante bien al ajedrez. Mencioné, por supuesto, a muchas distinguidas plumas de entonces, comienzos de los setenta, y comenté que todos lo habían leído y querían ganar el premio que la editorial había dispuesto para el campeonato de aquel grave año de 1975: sus Obras Completas. Pero quiso el azar (le dije, sabedor de que le encantaría tal atribución) que campeonato y premio los ganara yo, un jovencito infatuado que por entonces privilegiaba a la Revolución por sobre la Literatura y no lo había leído por puros prejuicios juveniles. -Quizá usted tenía razón -me reconvino-. Fue el año en que yo dije que Pinochet y Videla eran dos caballeros. Un desatino del que hoy me avergüenzo.
De todos modos, era imperdonable que siendo yo entonces un joven aspirante a narrador no lo tuviese leído y bien leído, así que le conté que de inmediato había subsanado mi falta y le manifesté mis preferencias. En un momento él me interrumpió para pedirme que por favor no fuera tan superlativo, y finalmente le confesé que me llamaba mucho la atención su insistencia en mencionar textos tan inencontrables como el Nekronomikon, la Primera Enciclopedia de Tlön, El acercamiento a Almotásim, las obras de Herbert Quain tales como El Dios del Laberinto, Abril Marzo, El Espejo Secreto, etc., y sus menciones de otros autores que él solía nombrar como Joahnn Valentin Andre, Mir Bahadur Ali, Julius Barlach, Silas Haslam, Jaromir Hladik, Nils Runeberg, el chino T'sui Pen, Marcel Yarmolinsky, las confesiones de Meadows Taylor o las según él siempre oscuras, incomprensibles ideas filosóficas de Robert Fludd. Borges se rió de buena gana y me dijo, enigmáticamente: -De todos esos libros, sólo uno es verdadero. Y lo tengo escrito. Sólo atiné a mirarlo fijamente, encandilado por ese hombre delicado y magro cuya ceguera miraba mejor que nadie el infinito vacío que había del otro lado de las ventanillas, mientras acariciaba rutinariamente la empuñadora de su bastón.
El advirtió la densidad de mi silencio.
-Más aún: tengo aquí un borrador -dijo suavemente, casi un susurro-. ¿Quiere echarle una ojeada?
Me emocioné, diría, hasta el borde mismo del llanto. Le dije que por supuesto, le agradecí el gesto disimulando ineficazmente mi ansiedad, y cuando me tendió la carpeta de cuerina color obispo yo regresé a mi asiento en la clase turista, en el fondo del avión, y me sumergí en la lectura.
El texto llevaba un extraño, borgeano título que sinceramente no recuerdo con exactitud. Tonto de mí, creo confusamente que era El irregular Judas o algo así. Era una novela, o lo que yo supongo que debía haber sido la novela de Borges, mecanografiada por alguien a quien él le habría dictado. La trama era sencilla: Egon Christensen, un ingeniero danés, de Copenhague, llegaba a Buenos Aires en 1942 como jefe de máquinas de un carguero cuyo capitán no se atrevía a partir por temor a ser hundidos por los acorazados alemanes que infestaban el Atlántico Sur. Egon se radicaba cerca de La Plata, revalidaba su título de ingeniero y marchaba a Jujuy, conchabado por el Ingenio Ledesma. Su pasión era el ajedrez, admiraba a Max Euwe, y en Jujuy vivía una peripecia amorosa y otra deportiva, ambas colmadas de paradojas. Lo extraordinario, desde luego, eran su prosa, la infinita rigurosidad de vocablos, el armado preciso y despojado de la secuencia exponencial, una inevitable mención a Adolfo Bioy Casares, la retórica perfecta y sobre todo la erudición, que dejaba perplejo al privilegiado lector que yo era.
Cuando terminé, temblando de emoción y agradecimiento, le llevé la carpeta de regreso. Borges dormía, con la cabeza inclinada sobre un hombro como un capullo de algodón quebrado. Me pareció inconveniente despertarlo, y además estaba tan impresionado que sólo iba a ser capaz de decirle tonterías. Preferí depositar suavemente la carpeta sobre su regazo. Cuando llegamos al Aeropuerto Kennedy, a él lo recibió un montón de gente que subió al avión (editores o embajadores, supongo) y vi cómo se lo llevaban de prisa a un salón vip.
Al cruzar Migraciones vi también, y con espanto, que la misma carpeta de cuerina color obispo estaba en manos de un hombre muy alto, rubio, de inconfundible aspecto escandinavo. Me pareció haberlo visto en la primera clase, pero no estaba seguro y era ya un dato irrelevante: lo evidente era que le había robado el manuscrito a Borges.
Me alarmé y dudé si denunciarlo a los gritos o correr hacia el hombre para rescatar la carpeta puesto que ya no podía avisarle a Borges ni a quienes lo acompañaban. El oficial de migración me dijo no sé qué cosa y en el segundo siguiente perdí de vista al danés, porque era un danés, sin dudas. Sentí un extraño pánico que me duró todo ese día y los que siguieron. Leí con angustia los diarios de toda esa semana, esperando encontrar una denuncia, el reclamo de Borges o sus representantes. Pensé incluso que él podría acusarme de semejante atropello.
Nada. No sucedió nada y, que yo sepa, él jamás pronunció una palabra sobre el episodio. Y yo no volví a verlo hasta una noche de 1985, ya en el desexilio, cuando de la Editorial Sudamericana me invitaron a una charla de Borges sobre un libro de viajes que había escrito con María Kodama. Fui con la intención de preguntarle acerca de aquella carpeta de cuerina color obispo. Pero en un momento, ante la primera pregunta del público, él contó que una vez, durante un viaje en avión, había soñado con un tipo que se le acercaba desde la clase turista y al que él engañaba entregándole un texto apócrifo que aquel hombre jamás le devolvía.
Decidí callar, por supuesto. Borges falleció tiempo después, como todo el mundo sabe, en Ginebra. FIN

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miércoles, 31 de enero de 2018

EL EXTRANJERO (ALBERT CAMUS)



LIBROS

EL EXTRANJERO  (ALBERT CAMUS)

 (www,estantedellector.bogspot.com)

       Una novela imposible de obviarla en la literatura del siglo veinte, la obra capital de este autor francés de origen argelino, que incursionara por el periodismo e escribiera ensayos y dramaturgia. Hay mucho de filósofo en su concepción del mundo o de la vida. Sus ideas se formaron bajo el influjo de Schopenhauer, de Nietzsche y del existencialismo alemán. Esta obra fue editada en 1942, en plenas hostilidades de la Segunda Guerra y esbozada en 1937 cuando Camús estuvo internado en un hospital por problemas de tuberculosis. Anticipa el drama que constituirá la existencia humana a partir de la conflagración bélica Sobre la novela daremos una breve referencia: El protagonista, el señor Meursault, jamás se manifestará contra su ajusticiamiento ni mostrará sentimiento alguno de injusticia, arrepentimiento o lástima. La pasividad y el escepticismo frente a todo y todos recorre el comportamiento del protagonista: un sentido apático de la existencia y aún de la propia muerte. Todo ello se hace evidente en el relato el cual es literariamente perfecto y desde el punto de vista conceptual encaja dentro de lo que se dio en llamar  absurdismo. Frecuentemente se le consideró afín con el existencialismo, aunque siempre negó esa tendencia. Sus obras se consideran una denuncia que critica a una sociedad que no toma en cuenta el individuo y lo imposibilita de participar en ella.
Vargas Llosa en esta breve nota nos transmite su opinión sobre este escritor y  “El Extranjero”.
 “Con su comportamiento perturbador, Meursault muestra la precaridad y la dudosa moral de las convenciones y ritos de la civilización. Su actitud discordante con la  del ciudadano normal pone al descubierto la hipocresía y las mentiras, los errores y las injusticias que conlleva la vida social…El Extranjero se sigue leyendo y discutiendo en nuestra época, una época muy diferente de aquella en que Camus la escribió. Hay, sin duda para ello una razón más profunda que la obvia, es decir la de su impecable estructura y hermosa dicción… Como otras buenas novelas, se adelanta a su época, anticipando la deprimente imagen de un hombre que la libertad que ejercita no lo enaltece moral o culturalmente; más bien, lo desespiritualiza y priva de solidaridad, de entusiasmo y ambición.”

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